Si las palmas de mis manos hablaran
te dirían, dulce niño mío,
que cada noche se arrugan, se extienden
se desdoblan, crujen,
sudan, marchan sobre las teclas,
se disuelven,
se quejan, descansan,
vuelven a ser ellas.
Y todo es porque yo les ordeno
que también sean un corazón
un puente entre la lógica y la no razón
para amarte a ciegas,
serena, confiada,
feliz y entregada.
miércoles, 18 de febrero de 2009
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