Al no existir ya las distancias
los minuteros claudican
antes de saltar al vacío
que ahora está lleno
de este hinchado corazón.
Luego, la piel se despoja
de todo cuerpo con volumen
se desliza suave sobre la marea alta
que a estas alturas
esa, la de los cabellos otrora rojos
es sin que ella lo sepa
porque se entrega a la mirada
de su hombre imperfecto
de ese ser que le roba la paz para devolvérsela
un manojo de tiernos y como de fuego silencios
con la premeditación que dispone
al desplegar las alas que no es en el día
porque debe morder y rugir allá afuera
como lo hacen los demás.
En la hipnosis del encuentro está ella
la música que no canta al mediodía
porque se guarda completa para quien la incita
a ser cítara y laúd, sonata orquestal:
sus párpados la delatan
sus comisuras se le ensanchan
como la voluptuosidad que vive en el sueño
como la entrega que le hace a su dueño
en una paralela realidad.
En la entrega sólo hay de dos sentidos:
el erótico y el místico
ella vence titanes y se escurre entre los orificios
de las paredes que no son reales
con tal de lograr la venia de los dioses
para darle a su hombre ambos por igual.
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