Con el silbido que me remonta
a los años de niñez
a cierto dejo de inocencia
pasa Usted, don afilador
buscando afilar cuchillos y tijeras.
Un monte nació en sus espaldas
y las calles en el rostro
se le han pintado;
cada vez menos delantales salen a pedirle
que afile mientras mastica su chicle despacio
excepto las mujeres como mi madre
que nacieron en el siglo pasado.
Dígame Usted, ¿tiene esposa?
La lluvia se asoma entre las espesas nubes...
no se apure, es febrero;
abramos el grifo del agua
porque del cielo casi nada puede esperarse.
A sus hijos nunca les he visto...
ah, sí, la niña de trenzas tristes
alguna vez tocó mi puerta
para llevarse las noticias de los diarios.
Yo no sabía que ahora fueran piñatas
es un lindo final para la tragedia impresa.
De su hijo el policía... he visto tantos que a veces
mis ojos escondo
porque ya no saben distinguir entre lo humano
y lo perverso
porque tantas ideas revolotean en mi cerebro.
Yo le creo, don, le creo,
imagino que sus hijos afilan sus garras
y sacan la casta para no ser vencidos.
Pero dígame, hombre de cal en las manos,
¿cree usted en el destino?
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