Disecciono a Rulfo
a su Llano en Llamas
a su Diles que No me Maten
mientras pienso en tus ojos
en tus dedos
en la superficie donde no se naufraga
y en los remos que eres
porque navegas dentro de mí.
Es curioso cómo comparo la disección
de una obra literaria
en una rana que pudo ser príncipe
pero ahora le tengo que sacar el corazón.
Las obras de arte son para apreciarse
para quedarse embelesadas
para poner la cara embobada
para llorar, para tener una excusa
y ser sensible, vulnerable
frente a la persona amada;
para hacerle ver que no eres otro autómata
y que tienes corazón de pollo.
Quizá las monjas del colegio
tenían razón cuando decían
que todo era una obra de Dios...
A mí me daba tanta risa
imaginarme a un dios con paleta y caballete
o con plastilina y cincel
o con barro y martillo
dándole forma a los pájaros, a los alcahuetes,
a las nubes, al sol,
manchado todo él de colores el rostro
hecho un guiñapo, pero al fin creador.
Hasta que dios me dio en el tragamáiz un día jueves
uno treinta y uno del mes uno
cuando vi esa silueta silente
esa energía cinética en suspensión
pendida de tus dos ojos café claro
de tu bufanda de intelectual resignado
en tu sonrisa de niño bueno y algo asustado
en tu manera de caminar apresurado...
en tu voz.
Reconocí entonces que Dios fabrica, en efecto,
obras de arte:
decidí pedirte para embelesar mi rugosa existencia
amargada inocencia y mi acabada ilusión;
y desde entonces te miro como si fueras
de otro planeta
cada desperfecto te hace más atractivo
a mi apreciación
y tus dones se magnifican y retumban en mis pies
me sacuden las tristezas
y le pago la apuesta al creador:
perdí, y qué bueno
cuando dios quiere, mira qué cosas más hermosas
hace el creador.
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