Téjeme un cielo de flores,
dame tu mano,
la inmensa que me acaricia
desde tus verbos de amor y fe
cuando crece la luna
y también cuando te viste el sol,
la ubicua que me señala
no los signos, sino los besos
que he de transitar por ti
para ser digna de cada pétalo de tu boca.
Téjeme un cielo
con jadeos
y también con tardes de recuerdos
futuros
y uno que otro acertijo al silencio.
El mundo es tal y es uno
ha sido el mismo desde antes de
prometernos el fuego.
Déjame darte mis ojos
permíteme nombrarlo con tu espíritu.
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