así, al leer estas palabras,
este sonido mío de cristal
que aboga por mi latido
para que lleguen a ti las palabras del corazón.
Sécame los ojos
luego absuélveme con tu pestaña tercera
la del ojo tierno izquierdo
o quizá con la ceja derecha en su estado
de beatífica rebelión.
Humedéceme
vuélveme sirena o alga sin otra propiedad
que brillar en azul
cuando digas que soy tuya;
con la red de tus manos
saca el fonema febril de mis mares.
Y luego cántame
u óyeme cantar bajo el sol
que es uno y es distinto:
nunca un brillo para quienes se aman.
Por eso el sol con nosotros.
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