A mis ochenta te amaré
igual que lo hice a los dieciséis
y luego a los veinticuatro.
Siempre estuviste ahí.
Mirándome en la menarca
atrayéndome en la biblioteca del desierto
vistiéndome de libertad
besando los golpes.
Estarás ahí con todos estos sueños
calados en fuego y besos sagrados
tu semen lleno de poesía
y tu amor para mí
la que al fin entra, triunfal
a un mundo raro
hermoso
caleidoscópico.
Como tu mano cuando me escribe
los reales mandamientos de dios
y el rosario de besos
para la noche.
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