Me siento frente a la computadora
y escribo.
No fui pianista, nunca un concierto masivo.
Y sin embargo, teclas
sé que alguien me dicta una sinfonía.
Es él. Un corazón de tierra rojiza
que habla de la reconstrucción del todo
porque él todo lo cambia.
Lo nutre.
Lo llena de su fuerza.
Alguna vez soñé con la paz.
Es ésta.
Me mira a lo lejos y no siento la ausencia.
Abre mis domingos con austeridad amante
y mi alma se inunda.
Puedo escribirle, escribirme
callarme tejiendo un sonido más
y luego cantarlos.
Todo está en su perfecto orden.
Mi corazón lo ama
y en cada latido le resuena un mundo.
Yo creía que la beatitud se alcanzaba a los ochenta.
Puede ser que haya nacido centenaria...
domingo, 16 de marzo de 2014
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