jueves, 30 de abril de 2009

Gusto

Me da gusto
saber que mis pies están desnudos
y la verdad entre mis dedos cortos
aún se puede mirar.

Me da gusto
entender que el sentido del oído
es uno sólo;

Y si mañana me dispararan
decibeles en el vacío
estoy segura que
tal vez no pueda volver
la voz de las nubes
escuchar.

Me da gusto
sentir la llanura tersa
de las manos que toco hasta cuando lo imagino
las mejillas de la que me dio la luz
el cabello de la gente
las canicas movedizas de un niño.

Ver a Zapalinamé recién bañada
puedo verla más con mis oídos y con mi lengua
que con el negro azabache de mis ojos
y aún así, aunque me quedara ciega
temblaría su rocosa silueta
en mi falda
así de tatuada la traigo desde niña
así de azul y de buena desde entonces ella era.

Puedo oler a las fábricas
que se mezclan con el río bullicioso
de las madreselvas
puedo oler los años que llevo vagando
sin futuro ni de la aburrida madurez una real conciencia.

Estoy segura que nadie más ha visto
sentido, percibido
con el séptimo sentido
lo que a mis veintiséis mis huellas dactilares
sus historias no confiesan.

Tanto como que yo tampoco he percibido
otras historias por vivir la que me toca.

Me da gusto en medio de la noche
estar despierta.
Así se disfruta más el tambor rojo
que me lleva en los desfiles de la vida
en los carnavales de los desencuentros
y en los bailes de la magnífica luz de las estrellas.

Me da gusto, también
tener la boca floja
y las manos bien abiertas a lo que venga.

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