Cuentan mis lunares sobre la piel amarilla
que al dar play tu mundo de himno y melancolía
de gloria y esperanza estival
se adentran en mis poros.
Debe ser cierto:
hoy no pronuncié tu nombre
y sin embargo refulgiste en la melomanía
de un sábado con frío y sol.
Te agradezco tanto tus rabietas de niño
tus quejumbres de empedernido pesimista
tu cabello de sol enraizado a mi cuerpo.
Pero más agradezco a Dios
conocerte en el exacto momento:
yo puedo navegar en la dirección opuesta a la tuya
y te sigo sintiendo parte de mis acciones marítimas
de tierra calada y aire púrpura.
Tal vez porque coincidimos
en que ambos tenemos
demasiado corazón.
Acepto tu esencia como va
incluso si tu espíritu jamás comparta su tiempo con el mío.
Me diste la flor de la eternidad
y tú ni te has dado cuenta.
Así son los milagrosos humildes,
aunque a ti te dé por aparentar soberbia
y fantochear con la brevedad de la hosquedad humana.
Mi niño luminoso de dorado mar desértico.
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