Me llamaste ocre desierto
y yo acepté tu mote
por guardar la esperanza
de engendrarte el sereno
que tomara tu frente
y te hiciera de las tristezas
pasar.
Nunca sabré y nunca supe
en qué momento
el manto tejido de nuestros solitarios dedos
se disipó en esta omisión
que le hace a mi cuerpo
a mi alma y hasta a mi propia sombra
purpúreamente llorar.
No hay manifiestos:
sólo tengo tu nombre
clavado en mi existir.
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