Me siento culpable
de no tener paciencia;
de hablar lo que mi corazón engendra;
de no arrepentirme
por ninguna de las dos anteriores impaciencias;
y de ser yo al fin y no querer cambiar
porque me costó demasiado llegar a serlo.
Nunca de intentar abrazar este absurdo llamado vida
con la poesía que no sé inventar ni declamar.
(Al menos no esta noche).
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