Una flor se vuelve flor
por la inercia de la naturaleza,
bendita inercia que hace
que mis pupilas se distraigan
del caótico mundo de la postmodernidad
y me hacen pensar
que en algún momento, en algún paraje,
de nuestras recicladísimas vidas,
surgió, existió y reinó el Amor.
El mismo que acota distancias
y hace que se me enchine la piel
si pronuncio su nombre.
Abrazo soy, uno muy yin.
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