Tengo una prerrogativa
ganada a prueba de soledad;
defendida hasta el último día de mi vida.
Se llama libertad
y su espíritu es mi amante.
Los ancianos de mi raza sabrán
que soy mujer papalote
y me saludarán con el último rayo de sol
en sus pupilas.
Los niños pronto serán jóvenes
y me tocará ser la comidilla de ellos
cuando esté al frente de un
blanco, absurdo y acartonado pintarrón.
El establishment me considerará,
por su parte y de ahora en adelante,
un producto de marketing sui géneris
al que le querrán vender artefactos ad hoc a mi calendario experimental
mientras yo le saco la lengua
y digo "no" al manual de vida de todos los carreño del mundo.
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