Los mirlos que no hay en mi ventana
los dibujas tú
al primer respiro que le das a mi tierra
al despertar.
Tu cabello me cuenta las vueltas
que da la Tierra alrededor
del eje que nadie sabe que existe
excepto yo:
tus manos, tus ojos, tu voz.
Tú.
Ya luego me levanto y siento
que mis brazos se van con un suspiro
y vuelan
y yo ya no los diviso
acaso les doy la bendición
porque sé que van donde tú estás vivo.
Sé que se enredan
con la ternura de una niña de 5 años
y que mis manos te acarician
la cara estresada
para que al fin sonrías
y resuenes en las nubes
o en mi piel de barro a medio cocer.
Después ya todo es el ritual mágico
de siempre:
yo te hablo, te mando estos besos
ensarto una aguja y tejo sueños
envuelvo el rojo inquieto que me habita
y lo mando lejos, muy lejos
donde la jungla de asfalto te asfixia
para que deje de ser jungla
y se convierta en remanso de paz:
Si mi alterego o yo
tenemos una pizca de oscuridad
el rojo inquieto es pureza pura
verdad de Dios que es lo más luminoso
que a tus palmas, a tu canto de viento
a tu persona se pueda equiparar.
En las noches es la misma mística
el erotismo y la paz se vuelven una sola
yo no te canto, te cantan mis ropas
mi cabello, la chispa con la que un dios eterno
dispara a mi galaxia para que yo pueda respirar.
Y la danza inicia
y el viaje astral donde tu esencia
me cobija
y el universo se vuelve uno de bolsillo
las malvas en mi pecho crecen
y una historia sin fechas ni tiempos
vuelve a empezar.
Así es mi día abstracto cada día
en los días de los humanos
así son mis cuatro fases
que te aman tus cuatro tiempos cardinales
tu nombre,
mezcla de conquista, torbellino y paz.
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