No temo a las obligaciones diarias
ni a transitar los senderos de la materia
para seguir siendo materia.
No temo las deudas
no temo quedarme sin casa
no temo que olviden mis títulos profesionales.
No temo que me olviden las gentes
por estar paseando en los centros comerciales.
Temí por la tarde dorada que pudo escaparse
de no ser porque ambos nos pensamos en el cielo.
He temido acotar mi oído
y no escucharte en tu grandeza.
También tuve miedo de no bailar
la danza de la flor que nos une a la mañana.
Pero lo que más temo, es, quizá,
no las arrugas ni la futura celulitis
que impidan que me llames tu Diana
un sábado,
ni tampoco saberme la tabla del 18 porque con tus números tengo.
Temo no escribirte las suficientes veces
que te amo
y no cubrir tu latente casa con ámbar y sándalo
un domingo donde en la alacena hay de todo
menos tu cara para besarla.
domingo, 16 de febrero de 2014
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