Ábreme, pura, fragante,
una rosa cortada a mitad
de los sueños de un sabio
una cortina de sal y sudor
depositando su velo en la dermis.
Ábreme, tuya, silente,
una pieza de pan recién parida,
una poeta desnuda
con el sonido en los pezones;
ábreme, húmeda,
hasta engrandecer
el ojo negro de dios
por donde entra tu ojo.
Ábreme, fresca, sonriente,
las piernas en la red
de tu deseo vespertino.
Ábreme como bifurcación de tu destino
o como apéndice a la gloria
que no esperaste y ahora te embriaga.
Ábreme esta noche,
ábreme por la mañana.
Ábreme tu corazón
que yo te estaré esperando
sin llave puesta, muy abierta
desde el mío.
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