Entreveré los tallos de tu risa en mi pelo,
nacía el lago de sol para mis ojos.
No sabía si la alcoba llena de ámbar
o esta boca impregnada de tu rosa magenta.
Algo pasaba, Alma
y no se detenía y sin embargo, Amor y Rojo,
en la llanura persistía:
Cantaba tu yema en la alborada
besaba mi carne y mi carne te rezaba:
Tu milagro de amor se transforma
en el calor de tus manos.
Tienes magia y me sorprendo viva, señor
y por eso te amo tanto tanto.
Desperté. Sigo siendo
la flor preñada de tu paraíso.
Entreveré el día en mi fortuna,
abrí mis brazos sempiternos
a una lluvia de besos tuyos.
La ciudad de nuestros labios huele a ti y a mí,
una geoda hablando de amantes
y de autitos y de silencio en jugo sexual fermentado.
Vivo en ella.
miércoles, 23 de julio de 2014
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