Llueve, y de pronto, la infancia,
Miguel admirando desde su torreón
los barquitos de papel en la cuneta.
Calle 26 de marzo, su turgencia
de gelatina de limón en leche.
Llueve la inocencia sin palabras
sin voz de poesía ni novelas.
De pronto, la inocencia
que me mira con este dolor contrito
su miedo cuasiespectral.
Vuelve cada tantas ráfagas de radio
de una bici que a veces no anda.
Miguel mirándome en la cama
preguntándome qué pasará si esta maleta
otra vez, su esquina.
Y qué pasará si hoy yo elijo llorar
a pesar de insistir en que el mundo cambia.
martes, 8 de julio de 2014
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