Estabas vuelto crisálida,
cara de niño enmarcada por la sábana
y la luz que no se atrevía a pasar
porque en tu reino sobraba la noche.
Te recuerdo así, en la hora más dura
cuando el sol no comprende y resquebraja el suelo,
mi niño risueño jugando y durmiendo
con la palabra sí a todo cuanto su niña le pida o llore.
Crisálida mía, crisálida de mis ojos.
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