como si fueras a renombrar la tierra
o dictaras otra vez la vida.
No soy sino la que fui
un mirlo esperando tu mediodía.
Soy la que ves desde el umbral de tu calle roja
amplio tambor por el que me cuelas
las fiestas de todos los tiempos.
Ábrete, amor
como si un terremoto
pero repletito de lluvia de caricias.
Ábreme eterna
y así estaré segura de las horas divinas.
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