este dolor placentero de tu carne y de la mía
esta oquedad florida
por un canto de señor ígneo
subiendo en espuma y ardor la colina.
Que inmenso, qué vivo
este fuego doliendo las entrañas
sus manos de niño dios creando universos
que no serán de nadie más
excepto de nosotros,
los amantes que encontramos un nombre para el Amor
y se llama gemido de sol y de luna
y también distancia disuelta
por efecto de un ferviente latido.
Qué oscura, qué bella
mi propia cara invertida
llena de ti, a placer.
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