Alcé mis brazos cansados
y depositó en ellos mi hombre el mareo.
Señor mío, vuélveme sabia
para reconocer su combate febril
y agradecerle su acto guerrero de amor
con mi espíritu centrado
en el verdadero oro de la vida:
su risa acariciándome las horas,
su sexo fertilizando mi oración de mujer,
su ternura dándole espacio a la mía,
su amor derribando rascacielos e instaurando paraísos.
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