Comulgo con el naciente sol.
Sobre mis hombros unto miel y naranjo,
después echo a volar donde tú
y a tu carne tibia le pido
aplaste la poca sombra que queda.
Te amo, señor de los cinco astros.
Como a la lluvia que lava mi lengua y purifica mi pubis.
Llueve flores, alejame la espina.
Toma mi risa. Es tuya.
Comparte la inutilidad de los relojes conmigo.
Asienta tu boca en mi otrora
indomable llama.
Cada perro tiene su día, escribes.
El mío es un hoy repetido
en la mansedumbre de tu volcán
y esos ojos
por los que di mi soberbia, antigua vida.
viernes, 6 de junio de 2014
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