Somos herraje del mismo pueblo
somos potaje del mismo sueño.
Cisco libre de toda culpa, el expiadero
toca su mármol y no se vuelve a llenar.
De veinte gotas de anís vencimos
el calor del azadón supremo
y, ay, el desconsuelo, sufrir la luna
en tiempos del azúcar sulfúrico.
Las hojas crujen dorados y cantan al filo
de la índiga noche, negra no:
esa es la huella
de las larvas que corroen los lagos rojos.
Todavía faltan azules para llegar al final.
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