Todavía me encuentro en el andén.
Yo aún estoy en ese pasillo largo y oliente a todos
y a hueco de nada en cara, hombros, bolsillos y manos.
Todos traen prisa, debe ser que sienten llegar tarde
al evento cumbre de su cinética desapercibida:
la muerte.
Espero por alguien
que no me llame por mi nombre y sí por lo que digo
hablo y siento.
La misma, la otra. Así es mejor hacerse llamar.
Verdad que no conozco la razón de todo este suceso
todos son monos colgando de un árbol
sus manos y las mías al menos
no le escriben a la pared
sino a mí y al que está enfrente, que curiosamente, somos
los dos al mismo tiempo.
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