La disculpa es un adiós
en la boca de un caballero.
Entiendo el disgusto
andar crispado como los gatos
con una lunática que busca lobos.
Al menos eso parezco.
Hoy por la noche
grité el nombre de mi padre.
Luego recordé que el mío decidió no serlo.
Llamé a mi abuelo.
Y ambos estaban muertos.
Llamé al amor de mi vida
la primera de todas.
Llamé a mi guía, ahora mudo y tuerto
bote de aluminio que es un pedestal.
El segundo amor.
Llamé su nombre
el tercero y último.
Flashazo flechazo
olvídese de su nombre:
tal vez su cerebro,
tal vez su cuerpo, sus canas,
su porte, su voz.
Su mano amiga, su silencio que duele.
Ninguno contestó.
El yang a veces sale prohibido
para ciertos linajes.
Y yo, después de esta magra, magrísima noche
me he dado cuenta del mío.
Una ola arrastra con la esencia de mi cara
sucede que todos juegan a interpretarme
de quimera a estorbo
no hay punto intermedio
no hay punto en la i.
Y yo juego a perderme.
Esta hora, una que se alarga como mis medias
duró una eternidad
gracias por este lugar escrito.
Le dejo este enorme y atemporal beso.
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