Unos labios mirando hacia el asfalto
y un cielo enorme
donde los hijos de la ballesta
tienen donde vivir.
Hay hoyos negros en el inmediato
trozos de carne
que trémula o indiferente
aún no acaba de pagar
el continente del vacío
que anima a nuestros huesos
a merodear por el olvido;
mientras las voces de ajenos niños
nos cantan
que un buen adiós es siempre igual
a matar un trozo que no se renueva
ni siquiera por la esperanza
del poema de Schiller
siempre atento a un nuevo sol.
No hay tintero ni leyes
tampoco hay llamas:
aquí hay restos de nicotina
reuniones de pedacitos de recuerdos en opalina
algunas historias.
Muchas bailan en algún lugar de la imaginación.
Mentón arriba
resplandezcan los iris
los labios y las mejillas:
quién dice
que no puede engañársele a la vida
al menos hoy.
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