Perdóname la pasión,
la aprehensividad,
perdóname la manía de ir por tu agua,
la insistencia de humedecer mi alma
para alejarme un rato
la idea de que vivo en el desierto.
Perdóname la ternura escondida,
la lágrima contenida,
los nervios, la sobreexpuesta algarabía,
la confesión de mí hacia tu estrella
de ser una canción que no para de cantar.
Yo, la otrora más triste de las hijas
de este desierto que calla mi andar,
no sé muy bien manejar tanta gracia,
y ya sólo me da por darte mi poesía,
por reír y por llorar, por alabar tu sol y cantar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario