Entra en la habitación,
Alma mía,
y entérate, purifícate, embriágate, guíate hacia mi agua
con el calor de mi dermis encendida.
No preguntes la hora,
no hay tal.
No intentes multiplicar el reflejo,
tú y yo somos un nuevo sol
quemando agrestes memorias.
No preguntes la alquimia, mi nombre es Reina Sonora
y extiendo la virtud en las cuatro esquinas
del microuniversal latido de mi cuerpo.
Estás en mi reino del desierto.
Entiende, mi bien, cómo el tiempo se diluye
en los rubíes hirviendo
de mi todo corazón.
Tú serás la paz y la llama
complementando mi misión contra la marea
del odio ajeno y la miseria universal.
Deja el silencio amargo afuera, señor,
entra como un viento dulce,
entra a esta habitación
y amemos la nada hasta hacerla nuestra,
plagada de nuestra verdad.
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