La eternidad ha sido, ojos,
un regalo que le robamos a otro gigante.
El dolor agudo de un muro
derribándose,
cayéndose,
destruyéndose,
con la fuerza de tu magia almizclada
cavando profundo hasta encontrar el otro conteo del tiempo.
Tu Gracia de reinventar
las tres primeras letras de mi nombre,
en rojo,
dentro de mi cuerpo
con el vaivén de tu ola perfumada.
Las ocho extremidades de Visnú danzando
en nuestro tálamo agitado.
Sshhh...
pactemos no decir más nada:
Nada hemos pedido el uno del otro
y hemos obtenido tanto
-este microuniverso perfecto, por ejemplo-
que si hablamos el secreto
las palabras romperían lo compuesto,
que cabe en la palma de mi mano,
en mi lengua
y en el centro ígneo de mi cuerpo.
Nada pediré de ti
salvo me permitas compartir
la brevedad poderosa del número
donde habita nuestra casa divina y pequeña
cuando la nada azul sobre mis hombros se detenga
e insista en mí recrear
la elegía por tus manos ya muerta.
Y repetir tres, ocho, once, mil veces
su nombre:
Trescientos dieciséis
libertad en llamas
Trescientos dieciséis
grito de magnificencia
Trescientos dieciséis
boca al cielo abierta
Trescientos dieciséis
suelo tibio para imaginar de nuevo la Tierra
Trescientos dieciséis
unión de dos guerreras almas, a pesar de ser opuestas
Trescientos dieciséis
palabra nueva.
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