Oh, sí, yo siempre quise ser maestra de primaria
para enseñarle la otra cara de la luna a los niños.
Quise ser bailarina
para expiar las penas enraizadas del mundo.
Quise ser pila bautismal
para renombrar el dolor con el brillo de una esperanza.
El misterio de la filosofía de mis ancestros
para no enfermar de tristeza los días de lluvia.
La sangre siempre dispuesta
en tiempos de memorias exangües por la guerra.
Palabra correcta a la hora del té del llanto de la humanidad.
Pero resultó que no fue así
y yo soy la mujer que descifró sus propias huellas
en tu arena.
Yo soy el mar de Tetis que los mapas
jamás habrán de saber bien dibujar.
El sonido transmutado en aroma de orquídeas
de las esquinas tribulando en busca de amor y paz.
El silencio que aqueja cuando irrumpe
en la piel que reviste mi fuerza,
la felicidad.
La memoria instantánea, la polaroid del mañana,
una lámpara que no es tuya ni mía,
sólo luz que guía
mis pasos
(los nuevos, los viejos,
los antes de ti, los que después de ti vendrán)
mis besos
(cayendo sobre tu piano blanco
como notas de luz flotando en la nueva mar)
mis pensamientos
(en el eterno prolongados,
soy la prolongación del pensamiento humano
vestido de falda y rímel
un día de el cuerpo prestar para bailar)
tus cabellos,
tus satélites robados,
tu pensar, tu cautivante pensar.
Yo solía querer ser una hija del desierto
que dormir no quería.
Pero ahora soy una mujer terremoto
cuyo epicentro
habita en tu olor.
Y tengo rabia y alegría
y por eso me puse a cantar.
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