Ahora todos mis caminos
son como senderos planos,
gigantes rendidos
ante faunos de asfalto autónomos en sus marchas.
Llevo tres días seguidos
combatiendo monstruos,
sudando mis miedos,
apagando lámparas hasta las cinco de la mañana
porque no puedo dimensionar
el todo sin tu nombre.
Ahora todos mis pasos,
cada secuencia locomotriz
de mi cuerpo dejado al sereno
suena a guitarra tranquila,
exasperantemente tranquila:
algo hay en tu barbilla
y en tu nombre
que no puede ser igualado
ni con los mil besos del viento fresco
que hoy danzó para ti.
Y es que hoy ha llovido por los cuatro puntos
(como las tardes de abril
de mi atípica infancia,
como el frescor de tu rabia calmada
al rodar las gotas sobre tu blanquísima piel).
Soy ineludiblemente yo
como para negar que ahora
me dolieron mucho más
el corazón y los huesos de mis dedos.
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