Nuestros elevadores exudan olvidos:
por cada piso que ascendemos
un nódulo de nuestra lengua
-esa que con su savia endureció
los pezones de la diosa madre
para alimentarnos con sólo mirar el sol-
se nos va de las manos
se hunde con la altura que vamos dejando
tierra lejana, vestíbulo sin paz.
Nadie nos encontrará
hasta no hallarnos nosotros mismos.
Hoy jugamos a estar ausentes
divididos.
Extraños sin un por qué
pero ajenos a las yemas quemadas
a las lágrimas secas
del otro.
Norte o sur, oriente o lugar
donde yace el sol
algo extraño nos está pasando:
creo divisar algún tremor terrestre
y un beso terrenal
-no virginal-
de estos cielos marchitos.
martes, 6 de abril de 2010
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