Regresa la infancia por el oído
y sube a la sangre como flor de enredadera.
Vuelvo a ser la misma
antes de llamarme por mi nombre;
nada ajeno puede hacerme más daño:
el mundo cabe en mis pupilas
y yo soy parte de la risa de dios.
La cortina de la casa de la tía que olía a descuido
papá dándome la mano en la Alameda
mamá cosiéndome vestidos
mientras cantaba la ausencia muy fuerte.
Esa batería y esa lluvia artificial
la ventana azul del sábado que nunca fue.
Los ecos de Pink Floyd
se van conmigo a dormir esta noche:
estoy mitad feliz, mitad a distancia
de todo lo que veo afuera.
sábado, 3 de abril de 2010
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