Ellos me odiaron
o al menos así parecía
mientras el pintarrón danzaba
en ese lienzo blanco y duro.
En su momento creí
que podía arrancarles las pestañas
o por lo menos su silencio.
Ellos me quisieron
muy en el fondo de algún barranco
pero me quisieron al fin.
Yo los ví como los nuevos hijos
que sé jamás voy a tener.
Ahora el sol apuntará en otro salón
con otras caras
otros berrinches.
El problema no es el cambio.
Es la eterna pregunta que me persigue
después de los finales masivos:
¿Qué voy a hacer yo sin ellos?
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