Mirábamos los azules
a las afueras del cristal.
Todo era precioso
el oro plúmbago saliendo de sus tres manos
mariposas-mujer
que huyeron virtuosas
al incendiarse
lo que quedaba de la tierra.
Cerramos los ojos:
ojalá que fuera el cowboy
que me cantaba la abuela
antes de dormir
para atarle una estrella
a este zumbido de la inercia
que es la muerte después de morirse.
viernes, 2 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario