La colcha tendida
simula el vuelo
de un ave enorme y blanca rosácea
que juega
a seducir al sol;
Más tarde, un viento
que roza mi mejilla derecha
me recuerda
que niña fui
y que una vez columpio
fuimos mis brazos y yo.
Bajo de mi palomo
los treinta y tantos no pesan:
Es el absurdo de este planeta
lo que hace que me pierda
entre el cláxon y
las notas desiertas
cuando en realidad
sólo hay aire fresco
una gota de anís en el cielo-colchón;
Cuando en la inmortalidad
uno salta
para ver qué es dios...
Y cuando dos o tres niños me saludan
sin saber qué fue de mi pasado
ni cómo me llamo hoy yo.
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