Tambor, retumba otra mañana,
y al atardecer,
escóndete entre mis piernas
y vuélvete mano serena
para hacer brillar la noche.
Tú permites que el mundo se abra
como pariendo universos de tu boca
y mi cuerpo vibrante;
tú haces la magia
con sólo pronunciar tu existencia
en el estado otrora tibio
de mis notas.
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