martes, 9 de febrero de 2010

¡Qué manera!

¡Qué manera de extrañarte,
cielo que en mi mente es azul
aunque te dé por vestirte de niebla!
¡Qué manera de aguantarme,
morderme la lengua,
pellizcarme la piel y atarme los brazos
para no contárselo a tu sombra
a tus zapatos, a tu insomnio, a tus lentes,
o a tu boca!

¡Qué manera de necesitarte,
donde quiera que te encuentres,
sea como sea que vivas el mañana
y malgastes tu presente!
Si hasta yo te he llegado a ver
enredado entre los rayos del sol
y de las bicicletas absurdas vagando
por esta jungla asfáltica;

te he divisado
en los muslos de los niños jugueteando
y en los brazos múltiples de los amantes
que no guardan discreción
y sí el campo de batalla en los camiones
con su abrazo a puerta abierta sin puerta.

Y te escucho en las notas
de las canciones de pubertos y ancianos
y en las que yo no cantaré
porque aún no se inventan.

¡Qué manera tan brutal de extrañarte,
ángel terreno mío, regalo de Dios
que jamás esperé tener
y por eso quizá
no está en mi puerta!
Si te he visto hasta entre las bestias
cuando ennoblecen su paso,
y en el caos mismo
cuando es melodía y no cefalea.

¡Qué acuosa, ansiosa manera de extrañarte,
vida mía!
¡Qué manera de extrañarte
qué manera de necesitarte aquí
aunque fuera un segundo
de estas humanas vidas!
Si el llanto es la debilidad desnuda
de la mujer en esta estadía,
mi necesidad de ti es la debilidad
de un ser que no pertenece a la galaxia misma
ni a esta tierra.

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