Pensé en ti en mi otro mundo
tu imagen se deslizó entre mis ojos
y se anidó como paloma recién nacida
en mi sexo.
Ya luego se fueron sumando
las huellas digitales
en hombros, caderas y costillas.
Fuimos la primer sinfónica sin luz
y con dos miembros, polifacéticos
encumbrados en el hallazgo de la octava nota
asociada aquel instrumento rojo de percusión.
Dios hizo la ventura de la música
de la misma forma que creó
las realidad alterna del sueño.
Todo fuera para restringir, eliminar
a la poesía de nuestras manos.
A mí me gusta desobedecer a Dios.
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