A veces un lento mar trae el inevitable discurso
de la soledad expiante -o espiadora, a saber-
que emerge sin magia la otredad de la introspección.
Allá afuera todo son chispas de perfumes caros
chocolates y películas so shiny light.
Debo morir la noche en tus brazos,
dulce canción de cuna dejada en mi existencia,
grabada en el tuétano y no en la dermis,
sentida de luz y querella de tanto caminar.
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