lunes, 2 de noviembre de 2009

Máticas

Varios días lleva mi garganta queriendo gritar.

Mientras conduzco mi auto, a las afueras de la ciudad oxidada,
un viento me alcanza, es la vorágine de la superficialidad
se borra mi cara, las rayas de mis palmas
lectores electrónicos me amenazan con borrar
la indiscutiblemente reciclable historia de la humanidad.

Una biblioteca se me acerca al pecho y le piensa quedito:
sólo queda esto y nada más.
Egipto tenía a Gizeh por playas arqueológicas
mira la galaxia: cada estrella es un acervo civilizacional.

Y yo, me enfermo. Duermo y se me erizan los cabellos.
Cinemática ciudad
temática libertad
asintomática deidad.


Llegué al trono de mi casa
a llorar el cansancio. Las manos de mamá recuerdan
que lo único que hay de dios en este mundo
somos nosotros mismos
cuando estamos de buenas,
cuando soñamos tranquilos:

Dios nos dejó hace mucho.
Saramago tiene razón en decir que es bondad y crueldad.

A la larga de esta hora flexible,
chicle en el zapato invisible del tiempo,
uno sabe que lo único bueno que le espera del día
es la almoahada que acaricia maternalmente, bondadosamente,
diosamente,
ese pase directo al desconecte total.

Bienvenidos a Sideria.
Dice el cartel que cruzamos al soñar.

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