Yo te asalto, tú me eliges tu verdugo,
secuestradora de tu soledad musicalizada,
algo castigable por darte la felicidad.
Una tarde con sol en otoño cayendo en forma de estrellas,
por ejemplo.
Una vida entera para volver a empezar en cualquier minuto
o igual reciclar y reescribir
o simplemente terminar una nueva sinfonía
carente de ambrosías sin sentido
repleta de entrega y conversión.
Una mano, la mía,
un carácter de la fregada, en mi cara,
una lealtad de tipo escudera
que ni en sus mejores momentos Sócrates
pudo haber anhelado tanto
como tu postmodernista soledad.
Un cuaderno, libro no,
para que lo escribas y luego lo olvides
en mi regazo para formalizar
la ruptura de los siglos sacros
el sacrificio, las manos sin libertad;
para lograr crear un don sobre la tierra,
y ése es el beso reparador de toda inequidad.
Lo digo y lo siento en mis labios
aún sin verte ni escucharte:
todo es recuerdo futuro.
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