No deslices mi nombre por tu espalda desnuda
esta noche
que la soledad me queda muy adentro
y la distancia entorpece mi caminar.
Directo al lecho voy
y no contigo
sin ti, y como ruido muerto:
ojalá que las pantallas de plasma
sucumbieran las dimensiones
y se volvieran el pasaje directo
a otro color azul de este inmenso mar.
No deslices mi nombre por tu espalda a oscuras
un acto tan unipersonal
vale la pena castigarlo con más silencio
que el que abunda entre mis cabellos.
Lo peor de todo, en serio momento
y en extremo caso,
es que no poseo un registro de cómo ser verdugo;
diríamos, que me encanta pues
que me llames y me nombres y me deslices
por tu espalda y tu noche;
y hasta podría jurar
que cruzo los dedos y el alfil de las dimensiones
para concebirlo así.
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