En el escritorio
los papeles de dios esperando.
Muerte, son tus súbditos
si les indicas cómo alcanzar
la negación de las utopías.
No se trataba de beber café
y pintar los labios en el vaso de unicel
de repartir galletas a los asistentes
por ver si el progreso es de generación espontánea.
Tampoco se trataba de erigir una tesis
para perdonar a los forzados ciegos:
el desierto huele a lágrima de magma
y aún así es hermoso.
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