y no digamos nada
sobre el cansancio y el recuerdo
el rímel calando la mirada
o los nervios
la impaciencia por ser paciencia
o el labial perdido
entre los lirios del trabajo
y tres o cuatro episodios
desteñidos en su furor.
Ambas sabemos del silencio
y sus notas
de su sagrado verso
entreverado en las páginas del libro del sándalo
de su grandeza oculta en las hojas
de un árbol pequeñito.
De la flor que nunca pasa
pero compramos con ayuda del viento
y su música
de esta costumbre de añorar la bola negra
el jazz y la fotografía
en la otra versión de nuestra naturaleza.
De mi estadía sin mí
en las calles de oriente o Rusia
Francia o Argentina
de mis faldas largas esperando
el gran acontecimiento de la vida
sin saber muy bien
si llevaba clavel rojo o simplemente
era igual que yo
y por lo tanto ya ha ocurrido.
Siéntate, amante, y no digas nada
al fin que ambas nos vemos los rostros
desde niñas
y seguiremos haciéndolo
aunque tú sigas siendo mujer
y yo tiemble el tiempo entre las manos.
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