La alegría, ataviada
del dulce de los otros siglos enamorados,
irrumpe en el zagüán de la casa
abandonada por el estío.
El cordel de plata
reforzado por doscientos sonetos de amor,
por cien mil caricias, por
elegías sin verso,
florece la polisemia de las palabras
en el ombligo de un gigante.
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