Los caballos de alfajor
al sur de las avenidas construidas
por el ánimo de un dios constructor
que arrancó las florecillas
para dárselas al señor
que jamás creyó en la existencia de los druidas
trotan directo del campo al fulgor
donde habita la casa del rubio otoño y su prometida.
Lumen abatiendo el moho
de millones de historias atrás
guardadas en la pared embravecida
más que por coraje, borracha de azar.
Los caballos de alfajor
no saben de horas permitidas.
Sale la luna, aún permanece el sol
la lluvia otoñal les regala una canción
en los solares viejos escondida.
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