A ciertas horas de la noche,
cuando la luz traspasa
el velo rojo que cae
cual telón ante mis ojos,
sueño las vidas de otros hombres
y sé que no estoy soñando:
un albañil en praga,
un bombero tomando mate el fuego de otros vigilando,
la bailarina exótica que lleva a sus hijos
a una escuela en los suburbios,
dos ancianos llenando el hueco
a base de palabras también huecas
(todo para no dejar que los nuevos respiren,
o quizá porque saben que el hombre
se renueva hablando de otro mundo),
el abogado ebrio con sus problemas
y su hijo navegando en las aguas de sus neuronas.
Cada cierta noche,
a cada cierta hora,
cuando el velo rojo no es más
que un simple pretexto para no desmentir
la inexistencia de la materia,
yo oigo las conversaciones de los aviones,
platico con los megahertz de un locutor ruso
y hago mutis cuando escucho
las policiales sirenas.
Todos los diálogos son posibles
Goethe, Moratín, Lope,
Molière, Beckett, William...
todos dicen algo,
algo así como ola versificada y repetitiva,
algo así como las vidas dentro de una vida.
Cada noche,
a cada cierta hora,
las vidas de otros respiran en mí
porque soy yo la que en ellos respira.
jueves, 6 de octubre de 2011
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